A meses de que el primer hijo llegara, se habían dado la posibilidad de tener un perro para ir ensayando. Tenían divididas las responsabilidades sobre el animal; la hora del paseo le tocaba a el, dada su ideología, que inundaba con obstinada coherencia cada estrato de su vida, pensamiento y obra, había determinado que el perro no usaría correa, su perro seguiría libre. El perro hizo uso de su instinto, sin embargo ante esos caminos no aprendidos, ni guiados, el animal no pudo hacer uso de su autodeterminación, ni evitar la fatalidad al quedar mortalmente aplastado bajo las ruedas de un auto.
Por azar del destino, este mismo hombre tuvo su segunda y excepcional oportunidad.Ya que, dando por hecho que las tortugas terrestres están en extinción, e invernan. ¿Qué probabilidades habría de que un ser humano se encuentre por la a calle, en una tarde invernal, un ejemplar perdido?A el le ocurrió. La tortuga lo encontró en un momento dubitativo y decisivo de su vida, aunque en cuanto a lo decisivo, no podía asegurarlo, porque aunque la palabra decisión había sido pronunciada, aún a nada se decidía. Se había ido de su casa pero por el momento no encontraba alivio y de vez en cuando le daban ganas de quedarse. El caso fue que se entendieron. La tomo con cuidado, la llevo al veterinario y se la regalo a su hijo. La dejo en la casa que le estaba poco a poco dejando de ser suya, a una mujer que poco a poco dejaba de ser suya y aun hijo al cual dejaría de ver todos los días.
Apenas llegada, fue recibida con los brazos abiertos y enormes hojas verdes. Aunque El arriesgo un nombre, madre e hijo la bautizaron. La dueña era de las que actúan rápido y pragmáticamente, de las que a la brevedad interpretan y cubren necesidades esenciales y urgentes. En el rincón del patio más frondoso donde estaban florecidos aun bonsáis y jazmines, le fabricó una chocita con cartón, coloco tierra, la aplasto y distribuyo prolija y delicadamente hojas de lechugas frescas. Finalmente el hijo apoyo la tortuga en el piso. Esta miro lo construido, e inesperadamente comenzó a caminar en dirección contraria hasta el zócalo desnudo de la otra esquina del patio. Permaneció inmóvil con la cabeza apoyada sobre la pared hasta meterla por fin dentro de si.
El niño miro la escena con desconcierto, la dueña prefirió eludir aquel desaire. La tomo entre sus brazos y acomodándola a conveniencia le ofreció una hoja, que el animal comió con desgano. Ahondaron esfuerzos en que esta permaneciera cobijada bajo el cartón. Pero a pesar del esmero, la tortuga estaba empecinada en permanecer en ese lugar y en meter su cabeza dentro es que necesitaba desesperadamente planear su próxima fuga.
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